“Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¿El Aleph? –Repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”
Sostuve mi cámara y entendí que tenía en mis manos el origen de un Aleph. Uno flexible, donde no existe la posibilidad de ver lo que no espero, uno que iré construyendo con el tiempo, atrapando ese tiempo, forjando ciclos infinitos. Así recorreré con agilidad las instancias que me sean oportunas. Podré ver ese momento en cuatro momentos distintos, desde cuatro ángulos distintos.
Lo interesante de mi exiguo Aleph es que (a pesar de verse enmarcado a mi contexto: nunca veré en él algo que no haya visto antes) no siente el límite de atarse al minuto que es, por lo que no puedo perderme los detalles de lo que está pasando. Todo lo que quiera quedará ahí, esperándome, sin necesidad de fluir, de escaparse. Para uno de los lentes esto simboliza algo inconveniente. Le teme al estancamiento del tiempo, a pesar de saber que lo que se estanca es uno, y el tiempo continúa, impasible; muchas veces la vida pasa sólo sobre los almanaques y los cuerpos.
El tiempo ya no me será indiferente. O sí, pero la luz quedará grabada.
viernes, 2 de noviembre de 2007
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